Carta a los reyes magos de oriente.
En toda mi vida solo he escrito una
carta a los Reyes Magos. Como era de esperar, no me concedieron mi codiciada
melena de anuncio de champús ni unos pechos capaces de hacer girar la cabeza al
más reticente de los hombres. No se lo tuve en cuenta, al fin y al cabo por
esos entonces solo tenía siete añitos.
Pero sí que me desanimó lo suficiente
como para no volver a pedir imposibles. Y hoy, por fin, escribo mi segunda
carta. Todavía queda tiempo. Santa Claus siempre va de avanzadilla, pero nuestros
Reyes no llegan hasta última hora del último día de estas fiestas navideñas.
Lo que me da que pensar: ¿lo hacen a
posta o es que los camellos no dan más de sí?
Tras pensarlo mucho y muy detenidamente,
me he dicho a mí misma “prioridades, Rosa, prioridades, no vayas a confundirlos
con deseos sin sentido, como pedir un pequeño zoo casero o que las rosas del
jardín no cojan pulgón cada dos por tres”.
Y ya, sin más preámbulos, ahí van mis
deseos para esa noche mágica.
Elasticidad
Me gustaría, si es posible, poder tener
la elasticidad de contorsionista de circo ambulante. El motivo es sencillo,
cuando meta la pata y ofenda a alguien sin pretenderlo, siempre podré hacer un
triple salto mortal y desviar su atención de la ofensa infligida.
Mens sana in corpore sano
Con esto pretendo decir, que además de
aprender latín, que nunca viene mal, también me encantaría tener una mente
abierta de miras donde los prejuicios queden relegados al olvido y un cuerpo,
si no de modelo de pasarela, por lo menos que si salgo una noche de farra y
abuso un poquito del alcohol y las viandas que a medianoche no me duela ni el
estómago ni la cabeza.
Emociones
Sin abusar, por supuesto. Simplemente
seguir sintiendo los abrazos de mi amada media naranja como cuando éramos unos
críos, ver su preciosa sonrisa libre de preocupaciones y una chispa de ese
secreto que escondían sus ojos cuando pensaba que iba a comerse el mundo, y
luego se dio cuenta de que el mundo se lo comía a él. Este deseo en concreto,
me gustaría hacerlo extensible al resto de mis seres queridos: amigos,
hermanos, hijo guapo, amantísimo y pelín pasota, y a su novia, que no pretende robármelo,
solo tener hijos con él y darme unos cuantos nietecitos.
Mis queridos Reyes magos, la vida es muy
corta como para desperdiciarla con miedos y ansiedades; si se nos ofrece la
oportunidad de ser felices aunque sea solo un momento, tenemos el deber moral
de aprovecharlo, ¿no creéis?
Este deseo es prioritario a tope. No lo olvidéis, por favor.
Y ya pensaba terminar, pero al mencionar
la palabra clave: miedo, no me queda más remedio que alargar un poco esta carta.
Miedos e inseguridades
Aquí no pido, sino que agradezco de todo
corazón haber sido bendecida con la facultad de no temer a nada y de no
sentirme insegura ante nada ni nadie. No tengo que demostrar nada ni persigo
sueños o metas inalcanzables. Mi vida es, ante todo, tranquilidad, placidez y
comprensión.
Creo que me he pasado y no me he
explicado bien. Nada más lejos de mi intención que parecer una de esas monjas
de moral superior. No, ni de coña.
Lo que intento decir es deberíamos de ser
como somos y actuar como actuamos sin guardar rencor, sin esperar
reconocimiento, sin juzgar, sin estresarnos; si sale, sale, y si no también, pero
teniendo siempre presente que hay que trabajar, luchar, cansarse y mantener
alejados de nuestros pensamientos y de nuestras vidas a esas personas dañinas a
las que mueve la envidia, los celos o la simple amargura.
Pretenden hacernos sentir inseguros, con
miedo al qué dirán, al fracaso.
No existe el fracaso, solo la vida.
Vividla, y sed muy felices.
Y ya me despido. Espero que me concedáis
todos y cada uno de estos, mis más que racionales deseos, y los de todos los
que depositan su fe en vuestra magia. Gracias de todo corazón.
